El imperativo de la transformación digital de la sociedad y la economía ha sido primera página durante los últimos años en medios especializados y generalistas. La digitalización se veía como un proceso dilatado en el tiempo, que las organizaciones y los países presumiblemente recorrerían en pasos largamente meditados. La crisis sanitaria provocada por la COVID-19 ha actuado como un catalizador inesperado de la transformación digital.
De un lado, el estudio Barómetro empresarial de Deloitte refleja que más de un 30% de las empresas han trasladado su actividad al modo teletrabajo, con un 54% afrontando la necesidad de realizar inversiones de urgencia. De otro lado, las plataformas digitales de entretenimiento y comercio minorista registraron de modo inmediato máximos de uso por una sociedad obligada a trasladar a la red muchas de las actividades que hacía habitualmente de manera presencial.
La demanda colectiva de desmaterialización de la actividad reveló la necesidad de sólidas y resilientes redes de comunicación. Las primeras señales de congestión en algunos Estados miembros de la Unión Europea provocaron una declaración conjunta de la Comisión Europea y el Organismo de Reguladores Europeos de las Comunicaciones Electrónicas (ORECE) llamando a establecer mecanismos especiales de seguimiento.
Las infraestructuras digitales desplegadas en España, con la red de fibra óptica más extensa de Europa y una cobertura de redes móviles 4G superior al 99%, pusieron de manifiesto su calidad haciendo frente al incremento inusitado de tráfico. A pesar de alcanzarse cotas de intensidad de tráfico un 80% superior a las registradas previamente a la declaración del estado de alerta decretado para hacer frente a la crisis sanitaria, no han existido incidencias ni situaciones de congestión relevantes. En estos días de crisis, el sector de las telecomunicaciones de nuestro país, con su esfuerzo y dedicación, ha demostrado ser uno de los más preparados en nuestra economía.
La crisis sanitaria provocada por la COVID-19 ha actuado como un catalizador inesperado de la transformación digital
La Secretaría de Estado de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales ha tenido como máxima prioridad durante la vigencia del estado de alerta garantizar que a la disrupción causada por la pandemia de la COVID-19 no se le sumara la interrupción en el acceso a los servicios digitales. La designación de los servicios de telecomunicaciones como servicios esenciales durante la vigencia del estado de alarma fue complementada con diversas actuaciones.
De un lado, se reforzaron las funciones ordinarias de supervisión, inspección y control desempeñadas por las Jefaturas Provinciales de Inspección de Telecomunicaciones para asegurar que los servicios esenciales no se veían interferidos perjudicialmente y se estableció un mecanismo especial de vigilancia y reporte diario con los principales operadores para supervisar la evolución del tráfico en las redes y detectar incidencias significativas.
De otro lado, se establecieron medidas regulatorias extraordinarias y se impulsaron acuerdos voluntarios con los operadores para establecer un escenario de garantía de conectividad para personas y empresas dentro del marco de las recomendaciones de las autoridades sanitarias, en particular, atendiendo a las situaciones de especial vulnerabilidad como consecuencia del impacto de la COVID-19.
La pandemia de la COVID-19 reúne todas las características de un cisne negro, que ha introducido de manera sorpresiva disrupciones sobre nuestro modo de vida y nuestra economía. Cuando aún sentimos sus efectos, ya podemos sacar algunas conclusiones.
Dentro del ámbito de los servicios y las redes de telecomunicaciones, se han puesto en valor nuestras infraestructuras tecnológicas resilientes y de calidad, que han demostrado ser esenciales para mantener el pulso vital de una sociedad que cada vez es más digital. Toca ahora, además de seguir avanzando en la reducción de las brechas digitales que aún persisten , mantener y reforzar la decidida apuesta por el despliegue de las redes 5G como base para una nueva generación de servicios de conectividad que sean un elemento tractor para la reconstrucción económica y para esta sociedad digital en la que de golpe nos hemos visto inmersos.
Los efectos de la pandemia sobre el desarrollo de 5G no han sido menores. De un lado, el Proyecto de Asociación para la Tercera Generación 3GPP (3rd Generation Partnership Project, en inglés) ha anunciado un retraso de al menos tres meses en la disponibilidad de los elementos de las entregas 16 y 17 del estándar. Por otra parte, se están sucediendo anuncios de retrasos en las licitaciones de las bandas de frecuencias prioritarias para el 5G en diversos países.
De acuerdo con la última evaluación realizada por el Observatorio Europeo de 5G, España lideraba el desarrollo de 5G previamente al estallido de la pandemia con el mayor número de experiencias piloto y de ciudades con algún tipo de disponibilidad de servicios. La posición alcanzada, a pesar del obligado aplazamiento en la disponibilidad de las licencias para la explotación de la banda de 700 MHz, ha de ser la sólida base para la continuidad de la apuesta que como país se inició con la disponibilidad temprana del Plan Nacional 5G.
La crisis sanitaria de la COVID-19 ha supuesto un punto de no retorno en el proceso de transformación digital no sólo de la economía, sino de la sociedad en su conjunto. Las infraestructuras de telecomunicaciones han sabido responder a una demanda sin precedentes de conectividad por parte de la ciudadanía, la sociedad y la economía. Sin embargo, para los agentes sectoriales y los gobiernos no ha de ser tan sólo una ocasión para la satisfacción y las felicitaciones, sino también para hacer ver que el esfuerzo realizado en los últimos años no ha sido una apuesta a ciegas, sino una inversión estratégica.
Del mismo modo que la creciente demanda de electricidad a principios del siglo XX requirió una continua evolución tecnológica para satisfacerla, es el momento de seguir impulsando las infraestructuras de telecomunicaciones que sirvan para hacer frente al asalto final a la digitalización. Las redes han demostrado ser el cordón umbilical que nos ha mantenido a todos unidos durante la crisis, y son la columna vertebral que ha soportado y soportará nuestro desarrollo económico y social en el futuro. En el centro de este impulso ha de estar la tecnología 5G con sus capacidades de una mayor conectividad, a más alta velocidad y con menor latencia que habilitarán una nueva generación de servicios y usos para consumidores y empresas.